viernes, 22 de agosto de 2008

PRAGA 40 AÑOS DESPUÉS (¡QUÉ MAYORES VAMOS SIENDO YA!)

Hoy hace 40 años, cuando yo tenía 13, que los tanques soviéticos, polacos, búlgaros y germanoorientales, alineados en el Pacto de Varsovia, pusieron fin a la llamada "Primavera de Praga", una bocanada de libertad que surgió en el seno de la sociedad checoslovaca durante el gobierno de Alexander Dubcek. Fue un experimento malogrado por los herederos políticos de los zares, los nuevos zares de la burguesía soviética de Estado, que no estaban dispuestos a permitir un régimen de libertades ni en su país, ni en ningún otro que estuviese bajo sus botas. El anciano dirigente soviético Leonid Brézhnev nos dio con ello la puntilla a todos aquellos que pensábamos que podría existir un "socialismo de rostro humano", o un "socialismo en libertad" y con ello dio el primer golpe de piqueta, que veintrés años después terminaría arrinconando al capitalismo de Estado soviético, mal llamado "comunismo" en el Museo Histórico de Moscú. La clase dirigente soviética no estaba por la labor. En la Rusia soviética , como escribió el gran poeta ucraniano Tarás Shevcheko sobre la Rusia zarista: "Del moldavo al finlandés todos callan en un mismo idioma". Hoy ya no existe Checoslovaquia, tampoco la URSS, ni la República Democrática Alemana. Existen Chequia y Eslovaquia, la Federación Rusa y la República Federal Alemana. Solamente una minoría nostálgica reivindica el "socialismo stalinista" en sus trasnochados programas políticos y levanta los retratos del sanguinario dictador soviético, al que. curiosamente, apluden los historiadores oficialistas de la Rusia de Putin, y algunos iluminados nacional-bolcheviques del Partido Comunista de Rusia, dirigido por el burócrata Ziugánov, pretender canonizar como homenaje a una de las grandes figuras históricas del chovinismo gran ruso, llegando incluso a pintar iconos con su efigie, como mostraba hace diez días el canal de televisión rusa Vesti. Pero quien realmente dio una gran lección a los invasores de Checoslovaquia fue el propio pueblo checoslovaco, que con su gran civismo y conciencia política democrática salió a la calles de su país para denunciar pacíficazmente la invasión y el aplastamiento de la tímida apertura que supuso la "primavera de Praga", y el grupo de ciudadanos soviéticos y activistas pro derechos humanos que tuvieron el valor de hacer una manifestación prohibida en la Plaza Roja de Moscú condenando la actitud imperialista de la aberrante, corrompida y degenerada clase política de su país. Los sucesos de agosto de 1968 en Checoslovaquia demostraron que se puede reprimir, encarcelar y matar a un pueblo, pero no a su manera de pensar. Por tanto, la fuerza militar no puede ser jamás la solución de todos los problemas y contenciosos que deben ser juiciosamente resueltos mediante el diálogo, el respeto y la comprensión mutua entre todos los pueblos. Ella solamente trae odio, enemistad y dolor. Y ya somos políticamente bastante maduros como para resignarnos a vivir bajo la bota de cualquier chiquilicuatre de turno al que le apasionen las tentativas de conquistas territoriales mediante la invasión de territorios libres y soberanos en suelo europeo, a pesar de la incapacidad absoluta de las instituciones europeas vigentes para evitarlas. La democracia y las libertades democráticas tienen sus defectos, pero, por propia experiencia vital, al haber vivido bajo dos dictaduras, sé que son mejores que cualquiera de los regímenes dictatoriales en que ellas están ausentes, porque ellas sirve, entre otras muchas cosas, para controlar a los responsables de la administración pública a todos sus niveles. Por todo ello ha merecido la pena perder unos minutos haciendo un ejercicio de memoria para no olvidar acontecimientos los cuales la débil mente humana puede volver a reproducir en cualquier momento y en cualquier lugar de este mundo. Por ejemplo, en el Cáucaso (Osetia del Sur, Chechenia y Georgia).

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